Cuando
aun era joven, mucho antes que mis manos temblaran. Trabaje para una
empresa de limpieza que me designo a una morgue en la zona mas vieja
de la ciudad.
Allí
conocí a Enrique. A los pocos días descubrí que mi trabajo era mas
bien de acompañante, alguien en algún lugar entendió que trabajar
todo el día entre muertos era algo que a la larga podía afectar la
mente, mas para alguien que su trabajo era simplemente vigilar
los cuerpos fríos.
El veterano me contó de diferentes guardias que hubo en el correr del tiempo, desde boxeadores que colgaban los cuerpos para entrenarse hasta los amantes necrofilos, me aseguró que todos tenían sus manías, a la larga el que trabajaba allí desarrollaba una conducta que pocos entenderían. La suya era ser un lector de pies.
El veterano me contó de diferentes guardias que hubo en el correr del tiempo, desde boxeadores que colgaban los cuerpos para entrenarse hasta los amantes necrofilos, me aseguró que todos tenían sus manías, a la larga el que trabajaba allí desarrollaba una conducta que pocos entenderían. La suya era ser un lector de pies.
Enrique
me explicó que los pies eran las manos que nos mantenían conectados
con la tierra, en otros tiempos cuando el humano iba descalzo era un
órgano tan importante como las manos, podía leer el terreno con
mayor exactitud que los ojos. Con el tiempo los cubrimos y ocultamos
solo para adornarlos de mil maneras, pero sin importar en que los
envolvamos ellos seguían sosteniendo nuestro ser, registrando cada
día de nuestra vida.
Recorriendo
la morgue me explicó que a través de sus durezas y deformaciones,
suavidades y colores, trataba de reconstruir una vida, no era una
ciencia exacta pero ayudaba definitivamente aquel juego le ayudaba
pasar el tiempo entre los muertos.
-
Este tiene cayos en los talones y los laterales, las asperezas son
bastantes pronunciadas, pero la curvatura de su arco es suave y su
ancho se explaya de seguro gracias a su peso, tócala – al
principio sentí un poco de asco entremezclado con miedo, pero mis
dedos leyeron cada parte mencionada – ¿a qué te recuerda? –
dijo con una voz similar a la de un padre cundo espera que su hijo lo
sorprenda gratamente. Lo medite un instante, pero me resulto fácil,
recordé los pies de mi madre, de cuando era pequeño y me pedía que
le diera un masaje, eran lo pies de un ama de casa, que estaba
mucho tiempo parada en un lugar realizando una tarea, usando calzado
barato y que tendía a gastarse en la parte de atrás y los laterales
de tanto buscar una postura cómoda que aliviara el hinchazón.
- ¿Qué
te parece? ¿A quien perteneció? - me preguntó, él noto en mis
ojos que conocía la respuesta y sonrío satisfecho al encontrar
porque había encontrado un compañero para su locura y no ojos
inquisidores.
-
¿Es una ama de casa? - el sonrió asintiendo con la cabeza, estaba
muy emocionado, demasiado.
Así
recorrimos los cuerpos durante años, vimos metalúrgicos con cayos
en las falanges por la cobertura de metal de los zapatos de
seguridad, vimos dedos apretados con talones rígidos productos de
años de estilizados tacos, encontramos pies ásperos y endurecidos
por la costumbre de andar descalzos y suaves y delicados producto de
la pedicura constante.
Aquel
juego se ponía mejor con el tiempo, habíamos catalogado montones de
pies e incluso debatido durante largas horas ciertas características
que no encajaban porque de seguro esas formas de vida escapaban a
nuestra imaginación.
Hasta
que un día los vi, estaban al fondo de la habitación, llegaron en
el turno anterior y eran de una desconocida, fue alguien que
encontraron en un lugar olvidado o apoyada en una pared de esas
calles por las que todo el mundo pasa rápido.
Eran
pies pequeños, increíblemente simétricos, suaves en los laterales,
con pequeñas esperezas en el talón y la bola del pie, los dedos
eran delgados casi arácnidos con el anular mas largo que el
resto y las yemas, yema tan subes que conservaban un rosa hermoso de
vida.
Los
tome, algo prohibido que rompía las reglas, eramos solo observadores
y el tacto solo estaba permitido a través de nuestros dedos, pero no
puede evitarlo, tome ambos pies y acerque mi rostro hasta que el frió
de la piel me dijo que nadie quedaba allí. Que solo era carne vacía
que nunca volvería a estar llena. Me abarroté los pulmones de su
aroma, un aroma que no se describe, que no tiene olor, solo una
sensación que despierta miles de bombillas en el cerebro que estaban
apagadas y que eriza cada pelo del cuerpo, ese olor que te da un
vuelco en el estomago y provoca que le pecho se cierre en un hermosa
sensación de ahogo.
Los estúpidos le llaman "amor a primera vista", porque no pueden acreditar nada que no vean sus ojos, pero no es eso, no es porque lo vemos sino porque es la primera vez que nos encontramos con ese ser esperado. No es lo que percibimos con un solo órgano sino lo que nos pasa molecularmente cuando nos acercamos a esa persona.
Los estúpidos le llaman "amor a primera vista", porque no pueden acreditar nada que no vean sus ojos, pero no es eso, no es porque lo vemos sino porque es la primera vez que nos encontramos con ese ser esperado. No es lo que percibimos con un solo órgano sino lo que nos pasa molecularmente cuando nos acercamos a esa persona.
Las
lagrimas comenzaron a emanar de mis ojos y bese aquellas plantas
heladas y deje que deje explotar en una correntada salada.
Lloré
porque la había encontrado, había encontrado esa persona que estaba
en ahí para completarme, esa parte que un dios griego separo
de mi ser al comienzo del tiempo.
Llore porque estaba ahí sobre una camilla, tan fría como el metal, no tuve el coraje para ver su rostro y mucho menos para volver al próximo día, ni al próximo, ni el otro que vino después, solo por miedo que aun estuviese allí.
Llore porque estaba ahí sobre una camilla, tan fría como el metal, no tuve el coraje para ver su rostro y mucho menos para volver al próximo día, ni al próximo, ni el otro que vino después, solo por miedo que aun estuviese allí.
Me
reporte enfermo el resto de la semana, pero al volver no se habían
ido, ellos estaban allí, perfectos como los había dejado.
Enrique
se me acercó viendo el rostro demacrado y desesperado con el
que cargaba, caí de rodillas frente a esas plantas rosadas que la
muerte no había podido empalidecer.
-
Nadie la reclamó - me dijo - nadie la conoce, nos saben si quiera si
es de aquí. En unos días va a parar al crematorio.
Lloré,
mi amada era nadie, y como nada se iría sin que que la añorase
en algún hogar, sin que supiese lo que le había ocurrido,
acaricie sus pies. En realidad eso no me importaba. Solo pensaba que
ellos estaban ahí fríos y yo aquí cálido, tan cerca y en dos
extremos tan alejados.
-
Llevtelos – Dijo Enrique sin titubeos.
Lo
mire alarmado y fascinado a la vez. No dijo mas, no había nada mas
para decir y solo me extendió una sierra.
La
tome con mas lagrimas en los ojos y comencé a cortar.