martes, 28 de marzo de 2017

El Lector de Pies


Cuando aun era joven, mucho antes que mis manos temblaran. Trabaje para una empresa de limpieza que me designo a una morgue en la zona mas vieja de la ciudad.
  Allí conocí a Enrique. A los pocos días descubrí que mi trabajo era mas bien de acompañante, alguien en algún lugar entendió que trabajar todo el día entre muertos era algo que a la larga podía afectar la mente, mas para alguien  que su trabajo era simplemente vigilar los cuerpos fríos.
  El veterano me contó de diferentes guardias que hubo en el correr del tiempo, desde boxeadores que colgaban los cuerpos para entrenarse hasta los amantes necrofilos, me aseguró que todos tenían sus manías, a la larga el que trabajaba allí desarrollaba una conducta que pocos entenderían. La suya era ser un lector de pies.
  Enrique me explicó que los pies eran las manos que nos mantenían conectados con la tierra, en otros tiempos cuando el humano iba descalzo era un órgano tan importante como las manos, podía leer el terreno con mayor exactitud que los ojos. Con el tiempo los cubrimos y ocultamos solo para adornarlos de mil maneras, pero sin importar en que los envolvamos ellos seguían sosteniendo nuestro ser, registrando cada día de nuestra vida.
  Recorriendo la morgue me explicó que a través de sus durezas y deformaciones, suavidades y colores, trataba de reconstruir una vida, no era una ciencia exacta pero ayudaba definitivamente aquel juego le ayudaba pasar el tiempo entre los muertos.
  - Este tiene cayos en los talones y los laterales, las asperezas son bastantes pronunciadas, pero la curvatura de su arco es suave y su ancho se explaya de seguro gracias a su peso, tócala – al principio sentí un poco de asco entremezclado con miedo, pero mis dedos leyeron cada parte mencionada – ¿a qué te recuerda? – dijo con una voz similar a la de un padre cundo espera que su hijo lo sorprenda gratamente. Lo medite un instante, pero me resulto fácil, recordé los pies de mi madre, de cuando era pequeño y me pedía que le diera un masaje, eran lo pies de un ama de casa, que estaba mucho tiempo parada en un lugar realizando una tarea, usando calzado barato y que tendía a gastarse en la parte de atrás y los laterales de tanto buscar una postura cómoda que aliviara el hinchazón.
  - ¿Qué te parece? ¿A quien perteneció? - me preguntó, él noto en mis ojos que conocía la respuesta y sonrío satisfecho al encontrar  porque había encontrado un compañero para su locura y no ojos inquisidores.
   - ¿Es una ama de casa? - el sonrió asintiendo con la cabeza, estaba muy emocionado, demasiado.
   Así recorrimos los cuerpos durante años, vimos metalúrgicos con cayos en las falanges por la cobertura de metal de los zapatos de seguridad, vimos dedos apretados con talones rígidos productos de años de estilizados tacos, encontramos pies ásperos y endurecidos por la costumbre de andar descalzos y suaves y delicados producto de la pedicura constante.
   Aquel juego se ponía mejor con el tiempo, habíamos catalogado montones de pies e incluso debatido durante largas horas ciertas características que no encajaban porque de seguro esas formas de vida escapaban a nuestra imaginación.
   Hasta que un día los vi, estaban al fondo de la habitación, llegaron en el turno anterior y eran de una desconocida, fue alguien que encontraron en un lugar olvidado o apoyada en una pared de esas calles por las que todo el mundo pasa rápido. 
   Eran pies pequeños, increíblemente simétricos, suaves en los laterales, con pequeñas esperezas en el talón y la bola del pie, los dedos eran delgados casi arácnidos con el anular  mas largo que el resto y las yemas, yema tan subes que conservaban un rosa hermoso de vida.
   Los tome, algo prohibido que rompía las reglas, eramos solo observadores y el tacto solo estaba permitido a través de nuestros dedos, pero no puede evitarlo, tome ambos pies y acerque mi rostro hasta que el frió de la piel me dijo que nadie quedaba allí. Que solo era carne vacía que nunca volvería a estar llena. Me abarroté los pulmones de su aroma, un aroma que no se describe, que no tiene olor, solo una sensación que despierta miles de bombillas en el cerebro que estaban apagadas y que eriza cada pelo del cuerpo, ese olor que te da un vuelco en el estomago y provoca que le pecho se cierre en un hermosa sensación de ahogo.
  Los estúpidos le llaman "amor a primera vista", porque no pueden acreditar nada que no vean sus ojos, pero no es eso, no es porque lo vemos sino porque es la primera vez que nos encontramos con ese ser esperado. No es lo que percibimos con un solo órgano sino lo que nos pasa molecularmente cuando nos acercamos a esa persona.
   Las lagrimas comenzaron a emanar de mis ojos y bese aquellas plantas heladas y deje que deje explotar en una correntada salada.
 Lloré porque la había encontrado, había encontrado esa persona que estaba en ahí para completarme,  esa parte que un dios griego separo de mi ser al comienzo del tiempo.
  Llore porque estaba ahí sobre una camilla, tan fría como el metal, no tuve el coraje para ver su rostro y mucho menos para volver al próximo día, ni al próximo, ni el otro que vino después, solo por miedo que aun estuviese allí.
  Me reporte enfermo el resto de la semana, pero al volver no se habían ido, ellos estaban allí, perfectos como los había dejado.
  Enrique se me acercó viendo el rostro demacrado y desesperado con el que cargaba, caí de rodillas frente a esas plantas rosadas que la muerte no había podido empalidecer.
  - Nadie la reclamó - me dijo - nadie la conoce, nos saben si quiera si es de aquí. En unos días va a parar al crematorio. 
  Lloré, mi amada era nadie, y como nada se iría  sin que que la añorase en algún hogar,  sin que supiese lo que le había ocurrido, acaricie sus pies. En realidad eso no me importaba. Solo pensaba que ellos estaban ahí fríos y yo aquí cálido, tan cerca y en dos extremos tan alejados.
  - Llevtelos – Dijo Enrique sin titubeos.
   Lo mire alarmado y fascinado a la vez. No dijo mas, no había nada mas para decir y solo me extendió una sierra.
   La tome con mas lagrimas en los ojos y comencé a cortar.